miércoles, 22 de diciembre de 2010

La máscara

Érase una vez una niña preciosa cuyos ojos reflejaban una inteligencia poderosa y una simpatía extraordinaria que hacían enloquecer a todos los que la miraban. Pero la timidez y la inseguridad la fueron venciendo hasta que poco a poco se fue cubriendo de una máscara que la afeaba sólo ante sus propios ojos. Cada vez que se miraba al espejo únicamente era capaz de ver un rostro deformado que provocaba su propio rechazo.
Poco a poco ella misma fue proyectando esa máscara hacia el exterior de tal manera que todos los que la envidiaban por su belleza e inteligencia la iban reforzando creando una capa más gruesa e inaccesible. Pasaron los años y la ya mujer no era capaz de recordar su propio rostro. Sólo existía la máscara y era tan real que no se cuestionaba su inexistencia.
Pero un día todo cambió. Alguien le recordó esta historia y fue capaz de entender que aquél no era su rostro sino uno que había ido construyendo. Esa persona fue poco a poco ayudándola a romper los trozos con mucho cuidado de manera que iba descubriendo sus rasgos. Hasta que finalmente pudo hacer surgir sus ojos y al mirarse al espejo no pudo reprimir el llanto. Era tan bello lo que estaba contemplando que no podía creerse que estuviera viéndose a sí misma.
Y ese día que es hoy esa nueva mujer supo que todos aquellos que cuando la miraban envidiaban su belleza, su simpatía y su inteligencia sólo eran aquellos seres despreciables que a través de los años habían ocultado su rostro para intentar que nadie pudiese disfrutar de él.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y fue feliz comiendo perdices o lo que quisiese, porque ella se lo merecía todo.