domingo, 28 de junio de 2009

Dependencias

A veces los miedos nos bloquean. Y las consecuencias pueden ser peores de lo que pensamos. Uno de los que me viene con mayor frecuencia de la debida es el miedo a sufrir. Y con él viene el propio sufrimiento aunque resulte paradójico.
Una frase de Grey que me encantó: "Cuando te permites querer a alguien se acumula otra posibilidad de pérdida". Yo no soy de querer a mucha gente, aunque reconozco que a veces se usa esa acción como común y con un sentido superfluo. Supongo que deberíamos reservar ese verbo para cuando uno realmente lo siente. Creo que ni siquiera podemos decir que queremos a todos los "amigos" que tenemos, entendiéndolos como todos aquellos conocidos con los que compartimos algo más, a los que les tenemos un cariño, un aprecio y con los que podríamos compartir incluso muchas experiencias. Para mí se quiere a alguien cuando sientes que has creado una necesidad, una dependencia emocional real. Si no concibes la vida sin la contribución que te supone una persona, sea en el ámbito que sea, entonces es que realmente la quieres.
Y ahí es cuando aparece el miedo. Mis dependencias son muy limitadas. Me sobran los dedos de una mano para contarlas. Bueno, ahora son los justos, más o menos. Pero uno se acostumbra a sentirlo por sus padres, sus hermanos, su pareja o sus hijos... Es lo normal. El problema viene cuando lo sientes por primera vez por un amigo y no estás acostumbrado a ello. El área de control o de incidencia vital puede ser más relativo. Querer a alguien te provoca el miedo a no tenerlo cuando lo necesitas y el problema es que lo necesitas siempre, todos los días de tu vida. Una dependencia más que te hace vulnerable y más débil.
La pregunta es ¿vale la pena? ¿me compensa? Y la respuesta está en lo que te aporta. Cuando dejas de lado tu naturaleza anticipatoria y disfrutas de la persona con la que has creado ese vínculo te das cuenta de por qué lo has creado, sobre todo porque surge de una forma espontánea y derivada de tu forma de ser. Se ha ido haciendo fuerte casi sin darte cuenta y ahora te paras y lo observas e intuyes su fuerza, su implicación. Y te sientes débil, muy débil... al mismo tiempo que un privilegiado. Porque en lo que se resume la vida de una persona es en los lazos que crea, en la gente a la que ha conseguido y se ha permitido querer. No podemos dejar que el miedo nos bloquee hasta el punto de alejarnos de lo que nos hace vulnerables porque es lo mismo que nos hace fuertes y nos define, en definitiva, como las personas que realmente somos.
Así que me tendré que librar de ese miedo y pensar en algo que por sencillo resulta obvio: si esa persona a la que queremos siente el mismo miedo es porque nos quiere igual, porque nos necesita, porque ha creado el mismo vínculo y dependencia. Entonces ¿por qué tenerlo? Nos tendremos siempre el uno al otro. Dejémonos de estupideces, ¿no? ... Y ¿por qué me resulta tan difícil? ...

martes, 16 de junio de 2009

Compasión

El otro día me emocioné mucho (qué raro, a que sí?) viendo un capítulo de Anatomía de Grey. La protagonista, en contra de la opinión de sus colegas, sentía compasión por un condenado a muerte, un asesino de mujeres al que iban a matar en pocos días.
No es un tema novedoso. He reflexionado sobre él en diversas ocasiones. Como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta mi ideología, no sólo política evidentemente, estoy en contra de la pena de muerte. Es un convencimiento sin fisuras y sin excepciones. Muchas veces se ha hecho la reflexión de la condena de este castigo desde la visión "el sistema puede equivocarse y matar a un inocente". Es cierto, que duda cabe. Pero eso, aunque importante, no es lo fundamental. Es decir, lo absurdo es convertir la justicia en una ley del talión, en una vengadora. Se supone que la superioridad moral del sistema debe situarse en otro ángulo y en otra perspectiva. No puede estar al nivel humano de los que cometen un delito sino por encima de ellos. Porque la justicia la imparten los hombres, es cierto, pero debe aplicarse desde la racionalidad, el conocimiento y la superioridad, porque no, de los que legislan. Pero eso es otro tema en el que entraré en otro momento (quizás en la siguiente entrada si no se me olvida).
Todos somos humanos. Y ante la muerte, esa danza medieval que a todos llegaba, nos convertimos en iguales sin remedio. Nos hace sumergirnos en nuestra más profunda debilidad. Ésa que nos cuesta tanto reconocer. El miedo. Muy pocos son los que no demuestran su fragilidad ante lo desconocido, ante el gran descontrol que supone para nuestras vidas su propio fin. Supongo que la mayoría creemos que después no hay nada, aunque algunos puedan ponerle matices. Pero esa nada, ese saber que se acabó, que no volveremos a ver a los que queremos, especialmente ese terror de no poder miraros a los ojos de nuevo, es lo auténticamente terrible. Y ese sentimiento lo tienen hasta los que más daño han podido hacer en esta vida.
Y yo me pregunto: acaso se puede ser impasible ante el dolor humano? Aunque ellos lo hayan podido ser, somos cómo ellos? No somos mejores? Nuestra moral, no es superior? Yo creo que sí. O al menos en mi caso sí. No voy a cegarme con el odio. No voy a ser tan cruel y fría como para situarme en un tribunal y decidir que alguien no merece vivir. Nosotros no somos como ellos. Y quien no sienta compasión creo que tiene un problema.

viernes, 5 de junio de 2009

Escribir

No he abandonado el blog. Y tampoco me he tomado un descanso ni me ha invadido la pereza. Es que he estado liada con un relato hasta el domingo pasado. Bueno, algunos ya lo sabíais.
No sé si les pasa a muchos "escritores", pero me he dado cuenta de que cuando quiero escribir algo más ficticio recurro a experiencias y sensaciones muy cercanas, íntimas diría yo. No es que no me invente la historia, sino que monto su entramado a partir de hechos vividos y sentimientos muy míos. Aunque el resultado sea algo distante a mi realidad. Quizás eso significa que no soy buena novelando, pero es lo que me sale.
Lo que sí he comprobado es que agota muchísimo. Es más difícil de lo que pueda parecer. Siempre lo he sabido, en realidad.
Supongo que por defecto profesional siento una especial admiración por los artistas en general porque hacen lo más bello que se puede hacer en este mundo: crear y hacer disfrutar a la gente con su arte, permitir al mundo que se evada con su obra. Luego está que sepamos apreciarlo o no. Creo que no hay nada más triste que no saber reconocer en la cultura lo más hermoso de lo que es capaz el hombre. Yo, por si acaso, espero poder disfrutarlo siempre.