miércoles, 27 de enero de 2010

¿Planes?

Es curioso como a veces, imbuidos por los esquemas estáticos de los que nos rodeamos y que nosotros mismos establecemos como inamovibles, vamos construyendo planes diarios, semanales, mensuales e incluso anuales, sin darnos cuenta de que es una estupidez. Hablamos muchas veces de la fragilidad que supone el estar al alcance de un hecho no previsto que nos puede cambiar la vida en una milésima de segundo. No importa que sea un accidente, que es lo que todos tenemos en mente, sino basta que sea un dolor con el que no contábamos, un imprevisto incómodo o, por qué no, una tragedia.
Un día como hoy, 27 de enero, estaba dispuesta a llevar a cabo un plan vespertino que no he podido realizar. Y uno a veces ante un hecho como éste que, sin datos para analizarlo con detenimiento, podría pasar sin inmutarse, se da cuenta de que quizás no se quede en un hecho aislado. Quizás un día ese hecho sin supuesta importancia se convierta en permanente y decisorio para que nunca más se atreva a hacer planes sin pensarse dos veces si podrá llevarlos a cabo.
Y es en estos momentos cuando yo me planteo si vale la pena ... dejar de vivir las cosas con la intensidad que deseamos sólo porque nos sentimos incapaces de llevarlas a cabo. ¿No serán simplemente excusas, pereza, desidia o egoismo? ¿No será que nos da miedo no ser capaces de soportar sentir con tanta intensidad la felicidad y el dolor? ¿No será que es más fácil vivir de la manera más sencilla sin arriesgarnos a ponernos en peligro o en evidencia? Pero qué triste, ¿no?, que cobardes y simples somos.

miércoles, 13 de enero de 2010

La silla (2ª parte)

Ahí estaba otra vez. Hoy ella se había convertido en la protagonista de esta historia. Su mirada era más desafiante. Además se había aliado con otro compañero, un libro que había introducido en el cajón de su propia mesa. Así, invadiendo directamente el territorio más íntimo del enemigo. Atacando desde dentro. Y claro, no era sólo un libro. Eran palabras cargadas y dispuestas al ataque sin ningún tipo de compasión.
La batalla no fue larga ni ardua. Las fuerzas no estaban repartidas ni compensadas. Las defensas estaban más bajas desde hacía unos días y pudo con ella. Sí, esta vez lo consiguió. Logró su propósito en lo más temprano de la mañana: hacerla llorar. Y en estas situaciones inhóspitas era mucho más difícil de lo normal. Eso era una evidencia.
Pero parece que, pasadas las horas, se fue apiadando un poco de ella. Fue rebajando la presión y enviándole palabras que la hicieran sentirse bien. ¿Compasión? Quizás. Es difícil de saber. Nadie puede adivinar lo que piensa una silla. Sólo sé lo que parecía haber ocurrido: su dolor era tan sentido que lo percibió en la distancia. Y decidió dejarla descansar... hasta la próxima batalla.

jueves, 7 de enero de 2010

La silla

Siempre había pensado que no soportaría ese vacío. Sólo era una silla. Únicamente eso. Pensaba que el observarla vacía se le haría excesivamente duro. Pero allí estaba ella. Desafiante en su simplicidad. Retadora. Buscando su sensibilidad, la evocación del recuerdo. Y no lo estaba consiguiendo. ¡Es cierto! No estaba ganando.
La pregunta debe ser por qué. Pero es difícil de contestar, ¿no? Su rudeza, su silencio, su presencia, en otro momento seguro que le hubiera resultado como mínimo agobiante. Encarnaba aquello perdido en poco tiempo, el sentimiento apagado, las ilusiones pasadas. Eso era ella. Sólo le faltaba echarse a reír en su cara y vomitando un ¡ya te lo dije!
Cuántas veces le habían explicado que a veces es incompatible un querer con unas circunstancias, con un momento y un espacio, y que simplemente debía dejarse marchar. Otras tantas no lo creyó. Pero era así. Por eso estaba ganando la batalla, por eso no iba a permitir que le hundiera. No tenía la culpa de su vacío y tenía que sobrevivir. Como tantas otras veces. Como a tantos otros vacíos. Era la historia de su vida. Y esa silla no iba a ser una excepción.