domingo, 22 de febrero de 2009

Privilegio o condena

Muchas veces me planteo si mi situación es un privilegio o una condena. Sé la opinión que tienen los que lo ven desde fuera: ¡Es un privilegio ser funcionario! ¡No sabes la suerte que tienes! Ahí ya discrepo porque no sé qué tiene que ver la suerte con todo esto... Al menos para los que hemos entrado por oposición...
La cuestión es que muchas veces se me olvidan las condiciones laborales maravillosas que tenemos (los permisos, el horario, el sueldo, ...), lo poco que nos afectan (laboralmente hablando, evidentemente) las pérdidas de puestos de trabajo... No es que se me olvide, es que en la balanza empieza a no pesar tanto... Y observo con envidia a esos profesionales que se dedican a lo que realmente les gusta, que hacen realidad cada día una vocación, o que simplemente se divierten con lo que hacen. Y menos mal que mi única vocación sé que ya es imposible hacerla realidad, al menos como profesión (la danza es lo que tiene, que no perdona el paso de los años y la falta de dedicación). Sé que si no fuese así cada día sería un auténtico martirio...
También reconozco que en tiempos como los que corren ahora plantear esto es casi un sacrilegio, pero es lo que tiene la mente humana, no? No puedo evitar deprimirme, últimamente, cada vez que me despierto y pienso en el trabajo. Y los lunes es aún peor. Cada día ansío con más fuerza que sean las 15 y cada semana que llegue el viernes. Suena mal pero mis sensaciones son lo que son. Cumplo con mis obligaciones porque son eso, obligaciones, y porque me dan de comer. Pero nada más. Simplemente nada más.
No es algo nuevo. Desde que soy funcionaria paso épocas con estos bajones. Supongo que es la prueba irrefutable de que algo va mal. Pero en el fondo y cuando consigo remontar algo el vuelo vuelvo a ser consciente de lo mismo: soy una privilegiada condenada a no realizarse jamás profesionalmente. Y sé que muchos dirían: puedes dejarlo. Claro. Seguro que todos vosotros también podéis dejar vuestros trabajos, ¿verdad? Y congelamos las obligaciones que nos hemos ido imponiendo y los privilegios que hemos ido construyendo a nuestro alrededor para sentirnos mejor. No. Para mí no es posible. Sé cuál es la solución y siempre lo he sabido: la vida empieza a las 15. Ni un minuto antes. Y lo que ocurre entre las 8 y las 15 debo automatizarlo y descargarlo de toda negatividad. Porque si no, me hundiría entre burocracias, tramitaciones y reuniones que acabarían conmigo.
Existe un sueño. El sueño de una única plaza que me permitiría dedicarme, dentro de mi profesión, al mundo al que pertenezco a partir de las 15, al mundo de la cultura. Y voy a ir a por él. Voy a visualizarlo. Ya falta menos. Tengo que conseguirlo. Ya os lo contaré cuando lo haga. Porque lo haré.

viernes, 6 de febrero de 2009

Siete almas... y algo más

Hoy ha sido uno de esos días en los que he tenido que esconderme en la butaca del cine hasta que saliera todo el mundo y salir con la cabeza muy baja intentando que nadie me viera. No sé ni cómo explicar el impacto que me ha provocado esta historia.
La primera escena ya ha sido absolutamente demoledora. Una agresión que demuestra el poder que pueden tener las palabras, en este caso absolutamente destructivo. Curiosamente he tenido que apartar la vista de la pantalla y mi instinto me hacía intentar no escuchar por la incomodidad que me producía. Impresionante.
Desde ese momento, evidentemente, ya he llorado... y ha sido un no cesar hasta el final. Vaya, sí, otra vez llorando la tonta del bote... Sé perfectamente que muchos lo pensarían si leyeran esto... ¿Sabéis lo que más me sorprende? Que alguien pueda no emocionarse con una historia como ésta. ¿En qué mundo vivimos? Desde luego no en el mundo que refleja la película. Una película que habla sobre todo de generosidad y del sentido de la justicia, del valor que puede llegar a tener una buena persona, de cómo podemos llegar a cambiar las vidas de los demás.
Y todo esto me ha vuelto a hacer pensar en la piratería. Esto y una conversación entre compañeros de trabajo. ¡A mí qué me importa lo que se lleve una sociedad general de autores o de lo que sea! A mí lo que me importa es que el músico que me gusta, el actor que me convence, el escritor que me emociona, ... todos aquellos artistas que llenan mi vida con sus creaciones, que ellos reciban algo de lo que yo puedo aportar comprando sus discos, sus libros, o viendo sus películas.
Lo siento... o no. Una vez más me sitúo en la minoría y veo sorprendida cómo robar se ha convertido en actividad común de mucha gente que se considera honrada... y dentro del comportamiento reprochable de la mayoría que lo convierte en aceptado. Pues vuelvo a ponerme de espaldas a la mayoría orgullosa y convencida. El cine, la música y los libros no son más caros en proporción que irse de cena, de copas, tomar un café, un refresco o fumarse un cigarrillo. Todo está caro y no vamos robando lo que nos viene en gana para protestar por las subidas de precios. Y encima con esto estamos robando a una gente absolutamente admirable que pone su talento a nuestro servicio para hacernos felices, para aportarnos sentimientos, con sus historias, con su vida. Siento un gran desprecio por este comportamiento y, a la vez, me siento absolutamente despreciada, rechazada y humillada por la mayoría que vuelve a burlarse de mí en mi cara. Como ya dije hace unos días, reivindico las minorías y su respeto. Quizás en ellas está la verdad. Empiezo a pensar que no es una posibilidad sino un hecho.

lunes, 2 de febrero de 2009

Mi nombre es Harvey Milk

Como buena empática también recojo grandes cosas del cine. Más bien de cualquier historia bien contada, sea en imágenes o en papel, que para el caso todo son palabras.
Esta película que hoy os recomiendo me ha removido algo que a veces se me olvida, aunque no sea, precisamente, el tema central que se trata en ella. La lucha de los homosexuales por la igualdad de derechos la hago mía sin ningún tipo de restricción. Ni siquiera entiendo por qué debemos luchar por algo tan obvio. No entiendo como alguien puede pensar que los homosexuales son diferentes... ¿a qué? ¿a la mayoría?
Eso es lo que a veces se me olvida, lo difícil que es el camino para todas las minorías del mundo. Todas necesitan reivindicar sus derechos ante el monstruo de la mayoría, la odiada mayoría que decide el signo de la democracia muchas veces con demasiados errores.
Yo siempre me he considerado una minoría. Muchos pensaréis que es ridículo, que las minorías son otra cosa. Yo creo que uno pertenece a una minoría cuando se da cuenta de que choca con el muro de la incomprensión en demasiadas situaciones, en demasiados momentos. Yo no entiendo la educación que están dando los padres de hoy a sus hijos, el consumismo que me rodea con una fuerza que me asusta hasta paralizarme, la falta de respeto de la gente por los que no piensan como marcan los esquemas aceptados o simplemente por su mayoría, la piratería, la falta de ideales políticos, la falta de implicación en las luchas sociales. No entiendo todo eso porque no son los valores de mi mundo, y aún así tengo que tragar con ello y callarme para no entrar en un conflicto continuo.
Harvey Milk fue un hombre que defendió una minoría y murió por ello. Le asesinaron porque se atrevió a defender los derechos de los que compartían una condición sexual que no es más que una de las posibles, tan aceptable como cualquier otra. Le asesinó un respetable católico padre de familia. Pero eso da igual. O no (cuantas intolerancias crean las religiones...). Él entró en la discusión, en la lucha, y sin gente como él la igualdad de derechos no habría alcanzado las cotas actuales.
Estoy orgullosa de que mi partido político les reconociera a los homosexuales el derecho al matrimonio y a la adopción. Estoy orgullosa de haber contribuido con mi voto a que esto fuera posible. Ojalá fueran innecesarias medidas como ésta por la obviedad de la igualdad de los seres humanos ante la ley y ante el mundo.
Hoy mi homenaje es a Harvey Milk y a todos aquellos que luchan por las minorías. Les envidio por poseer esa fuerza, esa valentía. Gracias por existir.