domingo, 23 de mayo de 2010

Sentimientos

Qué difícil resulta a veces explicar un sentimiento. Puede tener una intensidad tal que condiciona el día a día de tu propia vida y ser tan claro para uno mismo que resulta complicado entender que el resto no lo vea. Pero ocurre. No lo ven. Y puede que necesites su ayuda para sobrellevarlo, para vivir con él sin ahogarte en lo que significa, e incluso para librarte de él. Puede que incluso hayas pedido esa ayuda. Pero qué difícil es que alguien ajeno a él lo entienda.
Llevo unos días buscando aire, buscando un aliento que me infunda la fuerza que necesito para convivir con este sentimiento. Llevo unos días dando indicios de que no puedo con él a las personas que quiero para que me ayuden. A unas de una manera, a otras de otra, pero... qué difícil es que alguien te preste ayuda sin intentar entender qué te pasa. Qué difícil suele resultar a la mayoría empatizar con una situación y un sentimiento que nunca han vivido.
Cuando lo hacen, cuando te tienden su mano sin preguntas ni reproches... es maravilloso. Puede que te resulte insuficiente, pero es la base desde la que intentar trepar desde la oscuridad, desde la soledad y desde el silencio. Pero cuando no lo hacen, cuando ya no sabes cómo pedir ayuda sin dejar soltar un grito, cuando ves que por no entenderlo sitúan las piezas de su vida delante de tu propio rostro, de tu propia súplica... es terrible. Creen que el tiempo es relativo, que no juega en tu contra, incluso todo lo contrario. Y duele tanto que al final consiguen el efecto contrario: hacerte más víctima del sentimiento cuando podrían salvarte de él.

domingo, 16 de mayo de 2010

Vacío

Su cara era de terror. Hacía mucho tiempo que no sentía tanto dolor. La había pillado por sorpresa, pero no por eso era menos consciente de su intensidad. Otra vez un hospital, otra vez los médicos examinándola y decidiendo qué prueba hacer. Parecían tan perdidos... o al menos ella ya estaba acostumbrada a ver esa expresión en sus rostros. No podían mentirla con palabras porque leía perfectamente lo que decían sus ojos.
Él no hacía más que agarrarle la mano. Que ya era mucho. Sentía su presencia y su propio dolor. Otra vez los ojos, pero por dentro, como para tranquilizarla, como para no hacerle ver que el pánico se estaba apoderando de él. Ella lo sabía porque eran uno y en eso, a pesar de todo, a pesar de su deseo de ocultarlo por su propio bien, no podía engañarla.
Pero esta vez había algo más. La sensación de soledad la envolvía sin tener derecho a ello. Era como si supiese que aquello no lo iba a superar. Mentalmente no. El dolor era demasiado fuerte y las soluciones demasiado vagas. Sabía que la que vencería al fin y al cabo sería ella, la soledad. Y el vacío que la envolvería, a pesar de todo, a pesar de todos, nadie podría llenarlo.

martes, 11 de mayo de 2010

Ser de cristal

Hay dolores mucho peores que los físicos. Eso lo aprendí hace tiempo. Y a pesar de que estos últimos me están castigando demasiado últimamente, sigo reafirmándome: es mucho peor el psíquico, el emocional. Hoy he vuelto a llorar por querer demasiado y darme cuenta de que me he equivocado.
La persona que mejor me conoce siempre me dice que soy de cristal. Ni siquiera la gente que cree saber quién soy es consciente de lo frágil que puedo llegar a ser. Una palabra dicha con más rabia de lo normal, la indiferencia a la emoción, un rechazo por mínimo que sea, un cambio de tema cuando se está hablando de sentimientos, una conversación inacabada y sin solución, cosas que para la mayoría no son importantes a mí me van quebrando por dentro y llenándome de dolor.
Por eso las lágrimas. Porque duele. También se piensan que porque vierta muchas no son sentidas. Pero duele ser de cristal. Tanto que a veces preferiría romperme ya en mil añicos para no sentir más este sufrimiento.
Pero este ser de cristal también es transparente. Puede ser complejo pero se le ve venir. Si se le presta atención se puede observar muy bien cuándo se está resquebrajando, cuándo está a punto de partirse, cuándo no aguanta más el dolor. Y, por supuesto, siempre y por encima de todo, necesita los cuidados que él mismo da, la belleza que él mismo transmite, la nitidez, la honestidad. Porque nada se esconde en él, ni para bien ni para mal. Cuando te deja entrar ya no hay vuelta atrás: todos sus secretos se vislumbran claros y enérgicos.
Hoy se me ha roto otro trozo y me ha hecho pensar que voy a tener que ser más egoísta y protegerme de aquello que me duele. No sé si lo conseguiré porque realmente lo que deseo es que, simplemente, no me vuelvan a hacer llorar.