miércoles, 27 de agosto de 2008
Ánimos y recomendación
jueves, 21 de agosto de 2008
A veces creo que soy gilipollas
Soy tan gilipollas que me emociono con historias de ficción. Me encanta que la gente sea feliz y lloro de felicidad cuando lo compruebo, aunque sea irreal.
Soy tan gilipollas que me emociono viendo el dolor ajeno. Porque no lo siento ajeno, y en eso reside la empatía. Siento que es mío, lo noto dentro y se me parte el alma pensando que ésa puedo ser yo, y no "podría" sino "puedo". Es real, lo sea la historia o no. Todas las situaciones son reales cuando son posibles.
Soy tan gilipollas que no soporto ver el sufrimiento en los ojos de la gente, en sus rostros, en sus gestos. No soporto visualizar lo que son sus vidas en ese momento, sentir remotamente lo que están sintiendo. Tengo el defecto de poder reconstruir en mi cabeza esos retazos de vida que se suceden en las historias personales de la gente a la que veo, tanto buenos como malos, aunque estos últimos son los que duelen.
No estoy escribiendo intentando hacer literatura, ni para dar pena, ni nada por el estilo. Yo soy la afortunada que hoy ha seguido con su vida, su trabajo, su gente, y está escribiendo ahora ante la pantalla del ordenador de su casa.
Pero aunque sea gilipollas aún lo es más la gente que hoy sigue con su vida, con su trabajo, con su gente, y no cree que haya cambiado nada. Todo ha cambiado, y cambia cada día, cada hora, cada segundo en las vidas de la gente como la que tenemos hoy en nuestras cabezas. Y yo soy tan gilipollas que no puedo seguir con mi vida, con mi trabajo y con mi gente como si esto fuese un episodio más de la historia. Cada noticia trágica del mundo debería quedar impregnada en nosotros, aunque no fuese en nuestra memoria, y formar parte de nosotros mismos.
Un día un profesional me dijo que para la gente empática la felicidad no es posible. Debe intentar buscarla en un ámbito muy interior de sí mismo sabiendo siempre que será una felicidad ínfima con respecto a la que puede sentir el no empático. Evidentemente, hay grados de empatía. El mío me hace sentirme como una gilipollas en días como hoy cuando no puedo contener las lágrimas.
Soy tan gilipollas que creo que escribir esto me servirá de algo...
Lo siento. Por todos. Por los que no están. Por los que les lloran. Lo siento.
martes, 19 de agosto de 2008
Susto
Madrugada del sábado al domingo. Me empieza un dolor abdominal bastante fuerte. Para el que no lo sepa, que serán pocos (aunque uno nunca sabe si le están leyendo o no... la verdad es que es poco importante), padezco del síndrome del colon irritable, una enfermedad crónica bastante molesta.
La cuestión es que me despierta ese dolor y va cada vez a más... hasta hacerse tan insoportable que me tiembla todo el cuerpo. Noto que se me va la cabeza y que no lo soportaré mucho más rato. Sé que estoy a punto de desmayarme. Como siempre cuando me encuentro en un momento muy crítico, me acuerdo de mi abuelo Juan y le pido ayuda. Ya os contaré otro día la historia, pero este enlace os dirá algo de lo que me une a él.
Y cuando ya estoy convencida de que aquella noche será mi segundo viaje en ambulancia (otra historia), sin contaros todos los detalles, se va apagando poco a poco el dolor...
Episodios de este tipo he tenido algunos casi insoportables en contadas ocasiones, de intensidad un poco menor en otras más numerosas, y soportables la mayoría, aunque molestos, pero creo que éste se ha llevado la palma. Nunca se puede afirmar con rontundidad porque la memoria siempre juega malas pasadas, pero estoy casi segura.
La cuestión es que hoy es el primer día que me encuentro un poco más fuerte. Siempre la debilidad y el miedo sustituye al dolor. Esta vez, claro está, y en concordancia con la intensidad de éste, algo mayor. Aún tengo miedo de volver a sentir algo igual. Uno no sabe dónde están sus límites. Pero también está el miedo a no saber exactamente qué te pasa, qué ocurrió ese día, si es algo más...
El lado bueno de esta historia: cuando se pasa, aunque tengan que transcurrir unos días, a veces te viene a la cabeza lo realmente importante, lo que tienes que valorar. Y esta vez me ha venido. Espero no tener que pasar por otro episodio así para volver a recordarlo.
lunes, 4 de agosto de 2008
Al bando vencido
Se la quiero dedicar a todos los que hicieron posible la Ley de la memoria histórica, por haberse atrevido a crear una fisura en los pactos de silencio, por hacer posible que la palabra justicia cobre algún sentido aunque sea casi 60 años después.
Quien olvida el pasado está condenado a repetirlo.
Se van llevando la memoria,
queda en la historia una mancha, un borrón.
Mientras el resto sufre amnesia,
un viejo recuerda una canción,
de aquella lejana batalla
donde pudo morir,
en una guerra no ganada,
a veces me pregunta por ti.
Se cree aún en la trinchera,
otra bandera, de otro color,
solemne en su viento ondea,
sobre la cima y en su salón.
A veces habla con fantasmas
de cuyo nombre se olvidó.
Vencidos, nunca regresaron
de su exilio interior.
Ni un momento, ni un recuerdo,
para los que perdieron, los que construyeron
la tumba, el mausoleo,
de la miseria, del carnicero.
Cómo esperas ganar sin ellos
las batallas que anteriormente perdieron.
Si han de callar, que callen aquellos,
los que firmaron pactos de silencio.
Tratan de convencerle, "Abuelo,
las explosiones han terminado".
Pero cuando sale a la calle,
Madrid parece bombardeado.
Y lee escritos en los muros,
gritos contra los que luchó,
y personajes de rostro oscuro
que le inculcaron el terror.
Y un día, sin darnos cuenta,
el viejo, con sus historias, se consumió
Y en la memoria de su nieto
sólo una huella, un leve borrón,
de aquella lejana batalla,
donde pudo morir,
en una guerra no ganada
donde luchó por ti.
Donde luchó por ti.