viernes, 19 de febrero de 2010

La pelota

No dejaba de rodar por el suelo entre piernas fornidas y sucias o de volar por los aires de mano a mano impregnándose de sudor. No es que no estuviera acostumbrada, pero ocurría algo especial ese día. Los gritos eran diferentes, el aire era más denso a la vez que limpio, los cánticos retumbaban con una fuerza inusitada. ¿Qué estaba ocurriendo?
Había perdido un poco la noción del tiempo pero creía que ese día tocaba jugar la final. La verdad es que era una auténtica desgracia entre las de su gremio porque siempre en esos momentos los golpes eran más duros. Lo sabía bien porque no era la primera que protagonizaba, así que no debía sorprenderla aquello que la rodeaba. Pero sí, algo diferente estaba ocurriendo. ¿Y cuál era aquel canto? No recordaba haberlo oído nunca en una final.
Entre vuelo y vuelo intentaba ver la pantalla para saber si estaban enfocando algo en especial. La primera imagen ya la llenó de asombro. En esas tierras nunca había visto tanta mezcla de colores. Pero no de las camisetas sino de las pieles. Bajo las mismas banderas coloridas podía vislumbrar los rostros de las gentes que entonaban aquel bello canto. Rostros que antes se miraban unos a otros con rabia, con ira o con miedo, ahora se sonreían y juntaban sus voces para hacer sus ánimos más fuertes.
Y entonces pudo verle. Parecía un hombre sencillo. Nada fuera de lo normal. Sólo era un hombre negro vestido con una camiseta verde con algún trazo dorado. Su cabeza la cubría una gorra de los mismos tonos haciendo sombra a una sonrisa que delataba su bondad. Aquel hombre parecía ser el autor de todo aquello. Él era el culpable.
Aquella simple pelota no podía saber que ese hombre que se había pasado 27 años de su vida en una celda minúscula soñando con aquel momento, había conseguido enterrar los deseos de venganza desde su propio perdón. Había logrado enseñar a su pueblo que, ante la adversidad y el dolor, uno es el dueño de su propio destino, de su mente y de su alma.

Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me econtrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

martes, 16 de febrero de 2010

Hierro

En realidad esto no va a ser una entrada sino un parte médico. Quería que quedase constancia en este mi otro espacio de algo que está marcando mis últimas semanas. El señor Hierro ha decidio abandonarme y quedarse sin reservas para mi desgracia y la de los que me rodean. Puede parecer una gilipollez pero si me vierais ahora mismo entenderíais la incomodidad de esta situación.
Después de aguantar toda la jornada laboral, supongo que con un extra de adrenalina, mi cuerpo se va apagando hasta que se queda hecho una piltrafa. Qué decir de los mareos, dolores de cabeza y demás. Y a pesar de la pastillita que me tomo hace 7 días, alimentos ricos en hierro y aquellos que ayudan a asimilarlo... ningún cambio.
De verdad, que nunca os pase esta tontería porque, será eso, una chorrada a la que nadie da importancia, pero está condicionando mi vida de tal manera que marca su ritmo diario. O su no ritmo en este caso. Espero poder volver dentro de unos días con más y mejores ánimos...