domingo, 12 de septiembre de 2010

El tren

Supongo que nunca se sabe cuándo es el último o el que no deberíamos dejar pasar. Y ahí está la gracia.
Aquel día ella sabía muy bien que tenía delante uno al que se quería subir. Le gustaba el destino y el camino que debía recorrer para llegar. No es que fuese sencillo ni cómodo. De hecho era más bien duro. Pero podía fomar parte de un sueño y quería intentar alcanzar su parada final.
Cuando puso el pie en el primer escalón sintió un ligero mareo. Casi perdió el equilibrio. Por un segundo intentó agarrarse a alguien que le ayudara pero no encontró a nadie. La verdad es que le sorprendió porque esperaba buena compañía en ese viaje. Pero no era así. Estaba sola.
Aún así decidió continuar. No era un viaje directo. Tuvo que hacer diversas conexiones, replantearse la ruta, superar accidentes, baches, contratiempos. Aprendió tanto en el camino que descubrió en sí misma a alguien que no conocía.
Y finalmente, cuando llegó a su destino, recordó algo: muchos lo habían intentado y habían sucumbido en el viaje. La mayoría no había podido superar los problemas encontrados, aquellos que les cegaron el camino por el que debían avanzar. Pero ella, en cada dificultad, había recordado lo mucho que valía la pena el esfuerzo, la meta final. Y cuando al fin llegó, cualquier posible duda se esfumó ante la certeza de lo conseguido. Era feliz.

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